En Fuga por la Libertad
Hace 4 años, deje atrás a mi país Venezuela, a mis compañeros, a parte de mi familia y a mi propio propósito de vida. Dios sabe cuanto me esforcé por intentar vivir en libertad, y es testigo de cuanto se perdió intentando lograr ese objetivo.
Cuando llegue a EEUU, pensé haber logrado refugio en la cúspide de la libertad que buscaba, es sin duda la referencia global de la cultura en la que creo. Pero hoy solo con un vistazo a mi alrededor, la tranquilidad que procuraba al sentirme libre, no existe.
Veo con ilusión la nueva carrera espacial, quizás un boleto al espacio sea mi nueva alternativa, aunque con China en el tablero, de Marte también tendría que fugarme.
Pero regresemos acá, al mundo, a los Estados Unidos donde vivo, a la Venezuela donde nací, o al país donde estás palabras alcanzan a llegar. El solo hecho de poder leer, es el resultado del triunfo de un modelo, que las mujeres lo hicieran fueron avances de nuestra cultura, poder elegir y decidir sobre nuestras vidas también. Y no, no se logró levantando manos en recintos burocráticos, es el resultado de mucho sacrificio, de guerras, de lucha por derechos civiles que se traducen en libertad.
Los venezolanos durante más de dos décadas, vimos cómo de una forma a cuenta gotas, las libertades pueden ser cercenadas, al punto de estar en su gran mayoría ausentes. Primero tú tierra, tú propiedad, tu ideología, tus ideas, tú educacion, tus hijos, tú pasaporte, tu identidad, tus alimentos, cuando te das cuenta, estás entre barrotes. Y ese proceso que ya viví, lo veo en una escala más poderosa y grave en la actualidad, porque esta vez no se trata de un país, sino de una tiranía global.
Cuando me di cuenta de las primeras señales pensé que era un asunto político en Norteamérica, se trataba del papel de la Big Tech, las grandes compañías tecnológicas censurando por completo al presidente en funciones de la nación más poderosa del mundo y con él a millones de seguidores o personas que tuvieran una similar corriente de pensamiento. Lo hicieron a la vista de todos, y al que protestara también lo borraban de la red, como si de un virus computarizado se tratara, y no de la voz de un humano que tiene el derecho a expresarse.
Asumidos en ese papel controlador, empecé a ver con rigurosidad los términos y condiciones sobre mis derechos y privacidad, pero en simultáneo la mayoría de aplicaciones tecnológicas, que se han convertido en parte fundamental de nuestras vidas, se abrogan sobre si todo nuestros asuntos con un botón de aceptación, que lees, que ves, con que frecuencia, cuáles son tus ideas, que te gusta comer, como comes, como reaccionas a una imagen, a quien debes ver y cómo lo debes ver, tu tono de voz, tu huella dactilar, tu rostro, tu valor en el mercado. Eres, somos, presa fácil de millones de computadoras interconectadas que intentan programar (lo están logrando) nuestra conducta.
Y con ese bonus de ventaja, y todo en simultáneo. Aparece una pandemia global iniciada en China. Veíamos las primeras imágenes finalizando el 2019, millones de personas encerradas de forma obligatoria, el control de un estado que se abroga el derecho a cercenar la libertad "por el bien común". Era China, todos mirábamos con repudio aquellas imágenes, sin sospechar que pronto todos seríamos víctimas.
Mientas veíamos las imágenes, la organización mundial de la salud, Fauci y la mayoría de organismos de salud del mundo, decían en tono científico: No Usen Máscaras, las personas sin síntomas no transmiten, no es necesario cerrar las fronteras, el virus comenzó porque un chino se comió una sopa de vampiros. Si, eso lo dijo la OMS, Fauci, la CDC. Y con esas recomendaciones llego Marzo y la tiranía COVID se transformó en GLOBAL.
Una epidemia, que solo bloqueando las fronteras con China pudo haberse controlado a tiempo, se transformó en una Pandemia y a partir de entonces, todos los gobiernos del mundo, asumieron que tienen el derecho a decirnos con quien nos reunimos, cuando nos reunimos, donde comemos, como comemos, cuando podemos respirar, cómo podemos respirar, que podemos ponernos en nuestros rostros y ahora que sustancia tenemos que inyectarnos en nuestro organismo. A la par, ningún debate es posible, porque "según nuestros términos y condiciones poner en duda las indicaciones del gobierno sobre las políticas COVID son una falta grave".
Pero mientras los fundamentos de la libertad, son echados a la trituradora de papel. La multitud, que se influencia por pelucas y no se siente segura sin el filtro adecuado de su app favorita, enfoca los males de su vida, a lo que la red les señala: "la culpa es de los que no se han vacunado".
La culpa no es de los chinos que generaron el virus en un laboratorio y lo dejaron convertirse en pandemia.
La culpa no de la OMS por no haber activado los protocolos de bioseguridad a tiempo.
La culpa nos es de Fauci, ni de la CDC, por no haber enviado las recomendaciones correctas a tiempo.
No,no. La culpa es de aquellos que no confiamos en directrices de organismos y personas que dicen y desdicen, al punto de contradecirse. Es mi culpa que decenas de buenos amigos hayan muerto y que algunos familiares hayan estado en terapia intensiva, porque un virus que nació en Wuhan China haya viajado en auto, en avión y en cruceros por todo el mundo, sin ningún tipo de acción de los organismos que hoy me piden confiar mi cuerpo a su tratamiento experimental.
En esta "nueva normalidad" es mi deber someterme, abandonar mi derecho a decidir por mi mismo y comportarme como un rebaño. Dejando que el que controle el sistema decida que sustancia entra en mi cuerpo y me ponga un tatuaje, una chapa o un código de barras para identificarme con un free pass. Mi libertad depende del sometimiento.
Y así, como los negros eran segregados en EEUU unas décadas atrás, quienes no obedecen las directrices, que antes eran recomendaciones y hoy se asumen como mandato, y quienes asumen su derecho a ser libres y tomar sus propias decisiones, son humillados, coaccionados y amenazados. Los barrotes empiezan a aparecer.
Y esto que he vivido en 2 años, es mucho más acelerado que lo que viví en dos décadas. Es más grave, es más grande y no puedo escapar. Quizás se puede dibujar en una mujer afgana, qué pasó dos décadas recuperando su derecho a estudiar, a ser parte de la sociedad y en cuestión de días todo se vino abajo, el sueño de ejercer profesión terminó en enfrentar una realidad de esclava sexual, ante la vista de todos, con un "pobre niña" como consuelo.
Ante esto, no puedo solo inclinarme y dejarme llevar, no es mi estilo. Y no, no es por ser rebelde, es porque para sentirme humano, debo sentirme libre. Por ahora, afinaré con las palabras.
Julio César Rivas
@JULIOCESARRIVAS
Comentarios