Kensington
Cuando llegué a los Estados Unidos, me sorprendió la cantidad de jóvenes en situación de mendicidad. Con un prejuicio ligero, pensé que la buena vida los había vuelto vagos. Sin embargo, descubrí un trasfondo mucho más complejo.
Muchos de estos sin techo tenían una realidad aún más grave: eran adictos a opioides. Su comportamiento era impactante: encorvados y con la mente totalmente desconectada del mundo exterior, vagaban por los trenes, estaciones y se concentraban en un sitio específico: Kensington en Filadelfia.
En varias ocasiones pasé por este vecindario, que antaño fue famoso por albergar la casa de Rocky Balboa e incluso el gimnasio donde practicaba. Pero desde que llegué, la referencia se centraba en esta realidad apocalíptica, donde miles de seres humanos deambulaban como zombies. Todos los días veías una ambulancia recogiendo un cadáver de alguien que murió por sobredosis.
Ya transitar por carro era impactante, pero la visual desde el tren de la ciudad era aún peor. Cuando sales del centro de Filadelfia, el tren deja de ser subterráneo y se eleva sobre la ciudad, ofreciendo una vista de sus calles y avenidas. En el vagón, muchos de los adictos estaban en trance, doblados entre los asientos, perdidos entre las estaciones, inyectándose a la vista de todos. Pero esa no era la única realidad: al mirar por la ventana, veías esta zona de nadie extendida por decenas de bloques, abofeteando con una dosis de crudeza. Eran miles, agrupados en carpas, plazas, frente a casas, en muchas calles. Esta era la visual desde arriba, y era un gran problema.
¿Por qué tanta gente consume opioides? Las opiniones ligeras que me formé al principio cambiaron drásticamente al involucrarme en la vida estadounidense. En las escuelas, si tu hijo es muy inquieto, te refieren y recomiendan recetarle medicamento porque es hiperactivo. Si es muy tranquilo, te refieren y recomiendan recetarle medicamento porque tiene déficit de atención. Si tu hija termina con el novio ya entrada en la adolescencia, y entra en despecho, le recetan medicamento porque está deprimida. Si tu hijo, apenas siendo joven, lo mandan a la guerra, al regreso le mandan medicamento para aplacar el shock o el dolor de la guerra. Si te duele la espalda o la rodilla, te mandan medicamento para aplacar el dolor. El problema es que no es cualquier medicamento, son drogas con alto contenido de opioides.
Una vez medicados, muchos de estos "pacientes" convertidos entran en adicción. Los altos costos son cubiertos por seguros, las primas de las aseguranzas se elevan y para muchos resultan impagables. Ya la dosis no está cubierta, por lo que buscan alternativas callejeras y allí surge el lugar: un vecindario donde los distribuidores de fentanilo venden sin oposición las dosis a tres dólares, menos que el costo de una cerveza en un bar.
La situación en Kensington se agravó desde 2017, siendo noticia en los últimos años por las imágenes impactantes que derivaban de esta epidemia de opioides. Y aunque el costo de cada dosis es barato, estar en este trance y en situación de calle no daba acceso tampoco para que esta gente apostada allí generara dinero por esfuerzo propio. Por lo que cada vez que recuperaban algo de conciencia, rompían algún vidrio para robar, se prostituían o incluso violentaban algunos hogares en busca del dinero para su inyección. Las agujas colgaban de cuerpos heridos, cada dosis era una pequeña puñalada que se infectaba en débiles cuerpos. Otras tantas jeringas eran la alfombra de calles enteras.
Esta situación llevó a que muchas familias intentaran huir del lugar, y allí entraron grandes constructoras y bienes raíces, a comprar a precios de ganga. Y de repente, en un vecindario lleno de adictos, casas viejas eran destruidas y grandes complejos de casas modernas se erigían, aún con los zombies frente a ellas. Y los precios de estas nuevas casas empezaron a fluctuar entre 500.000 y 1.000.000 de dólares. Y llegó el 2024 y con él una nueva alcaldesa que prometió acabar con la anarquía en Kensington.
Parker había anunciado que la recuperación del vecindario se haría a través de un plan coordinado entre agencias de atención de la ciudad y organizaciones no gubernamentales, para brindar tratamiento y reubicación a estas personas. Pero la realidad distó mucho de lo propuesto. El 8 de mayo, en horas de la madrugada, la policía fue desmantelando carpas y corriendo con chorros de agua a todos los adictos que permanecían en el sector. Horas después, el agua corría por las calles y Kensington lucía despejado. Pero la gente no desapareció por la alcantarilla, como parece pretendían las autoridades de la ciudad. En su lugar, los adictos deambulaban por otros vecindarios, en el noreste, en el sur, en el oeste, por toda la ciudad. Y esta realidad, que se enfocaba mucho en un solo sector, ahora está en cada rincón. Y mientras Kensington florece con precios inaccesibles para los que una vez lo habitaron, los propietarios de otros vecindarios ven cómo las ballenas inmobiliarias ya se acercan para ofrecer centavos en las áreas donde llegan los desplazados.
Si la ciudad de Filadelfia realmente quiere solucionar el problema de opioides y sus derivados, debe comenzar primero por ser cero tolerante con los distribuidores de fentanilo. Generar un plan de tratamiento para disminuir la dependencia de estas personas y establecer un proyecto de reinserción social que debe ser paciente y planteado a mediano plazo. Una adicción de este tipo no se trata chasqueando los dedos.
Todo suena posible, pero el mayor obstáculo aún está bien erigido, uno por los beneficios que recibe como génesis: LAS FARMACÉUTICAS y otro que recibe ganancias millonarias por las consecuencias: BIENES Y RAÍCES.
Los tengo pillados.
Julio César Rivas
Muchos de estos sin techo tenían una realidad aún más grave: eran adictos a opioides. Su comportamiento era impactante: encorvados y con la mente totalmente desconectada del mundo exterior, vagaban por los trenes, estaciones y se concentraban en un sitio específico: Kensington en Filadelfia.
En varias ocasiones pasé por este vecindario, que antaño fue famoso por albergar la casa de Rocky Balboa e incluso el gimnasio donde practicaba. Pero desde que llegué, la referencia se centraba en esta realidad apocalíptica, donde miles de seres humanos deambulaban como zombies. Todos los días veías una ambulancia recogiendo un cadáver de alguien que murió por sobredosis.
Ya transitar por carro era impactante, pero la visual desde el tren de la ciudad era aún peor. Cuando sales del centro de Filadelfia, el tren deja de ser subterráneo y se eleva sobre la ciudad, ofreciendo una vista de sus calles y avenidas. En el vagón, muchos de los adictos estaban en trance, doblados entre los asientos, perdidos entre las estaciones, inyectándose a la vista de todos. Pero esa no era la única realidad: al mirar por la ventana, veías esta zona de nadie extendida por decenas de bloques, abofeteando con una dosis de crudeza. Eran miles, agrupados en carpas, plazas, frente a casas, en muchas calles. Esta era la visual desde arriba, y era un gran problema.
¿Por qué tanta gente consume opioides? Las opiniones ligeras que me formé al principio cambiaron drásticamente al involucrarme en la vida estadounidense. En las escuelas, si tu hijo es muy inquieto, te refieren y recomiendan recetarle medicamento porque es hiperactivo. Si es muy tranquilo, te refieren y recomiendan recetarle medicamento porque tiene déficit de atención. Si tu hija termina con el novio ya entrada en la adolescencia, y entra en despecho, le recetan medicamento porque está deprimida. Si tu hijo, apenas siendo joven, lo mandan a la guerra, al regreso le mandan medicamento para aplacar el shock o el dolor de la guerra. Si te duele la espalda o la rodilla, te mandan medicamento para aplacar el dolor. El problema es que no es cualquier medicamento, son drogas con alto contenido de opioides.
Una vez medicados, muchos de estos "pacientes" convertidos entran en adicción. Los altos costos son cubiertos por seguros, las primas de las aseguranzas se elevan y para muchos resultan impagables. Ya la dosis no está cubierta, por lo que buscan alternativas callejeras y allí surge el lugar: un vecindario donde los distribuidores de fentanilo venden sin oposición las dosis a tres dólares, menos que el costo de una cerveza en un bar.
La situación en Kensington se agravó desde 2017, siendo noticia en los últimos años por las imágenes impactantes que derivaban de esta epidemia de opioides. Y aunque el costo de cada dosis es barato, estar en este trance y en situación de calle no daba acceso tampoco para que esta gente apostada allí generara dinero por esfuerzo propio. Por lo que cada vez que recuperaban algo de conciencia, rompían algún vidrio para robar, se prostituían o incluso violentaban algunos hogares en busca del dinero para su inyección. Las agujas colgaban de cuerpos heridos, cada dosis era una pequeña puñalada que se infectaba en débiles cuerpos. Otras tantas jeringas eran la alfombra de calles enteras.
Esta situación llevó a que muchas familias intentaran huir del lugar, y allí entraron grandes constructoras y bienes raíces, a comprar a precios de ganga. Y de repente, en un vecindario lleno de adictos, casas viejas eran destruidas y grandes complejos de casas modernas se erigían, aún con los zombies frente a ellas. Y los precios de estas nuevas casas empezaron a fluctuar entre 500.000 y 1.000.000 de dólares. Y llegó el 2024 y con él una nueva alcaldesa que prometió acabar con la anarquía en Kensington.
Parker había anunciado que la recuperación del vecindario se haría a través de un plan coordinado entre agencias de atención de la ciudad y organizaciones no gubernamentales, para brindar tratamiento y reubicación a estas personas. Pero la realidad distó mucho de lo propuesto. El 8 de mayo, en horas de la madrugada, la policía fue desmantelando carpas y corriendo con chorros de agua a todos los adictos que permanecían en el sector. Horas después, el agua corría por las calles y Kensington lucía despejado. Pero la gente no desapareció por la alcantarilla, como parece pretendían las autoridades de la ciudad. En su lugar, los adictos deambulaban por otros vecindarios, en el noreste, en el sur, en el oeste, por toda la ciudad. Y esta realidad, que se enfocaba mucho en un solo sector, ahora está en cada rincón. Y mientras Kensington florece con precios inaccesibles para los que una vez lo habitaron, los propietarios de otros vecindarios ven cómo las ballenas inmobiliarias ya se acercan para ofrecer centavos en las áreas donde llegan los desplazados.
Si la ciudad de Filadelfia realmente quiere solucionar el problema de opioides y sus derivados, debe comenzar primero por ser cero tolerante con los distribuidores de fentanilo. Generar un plan de tratamiento para disminuir la dependencia de estas personas y establecer un proyecto de reinserción social que debe ser paciente y planteado a mediano plazo. Una adicción de este tipo no se trata chasqueando los dedos.
Todo suena posible, pero el mayor obstáculo aún está bien erigido, uno por los beneficios que recibe como génesis: LAS FARMACÉUTICAS y otro que recibe ganancias millonarias por las consecuencias: BIENES Y RAÍCES.
Los tengo pillados.
Julio César Rivas
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