Venezuela Está Vez Es Distinto

¿QUÉ CAMBIÓ MI ÁNIMO?

Durante la campaña electoral, fuimos testigos de un movimiento civil y popular en crecimiento. A pesar de la represión, las detenciones, el abuso a través de allanamientos, clausuras de negocios y confiscación de equipos de trabajo, los venezolanos humildes apoyaban con determinación a la líder democrática de Venezuela, María Corina Machado, y llenaban el ambiente de una esperanza, algo impensable en una sociedad que ya vivía en un estado de apatía política.

Hago énfasis en la gente humilde, porque esta vez, a diferencia de movimientos anteriores liderados por la sociedad civil organizada, estudiantes, partidos o federaciones, la realidad del país empujó a los más desposeídos a tomar la vanguardia de esta gesta libertaria. Esa señal, de que el miedo había desaparecido, abría un escenario interesante.

Eran las señoras de las empanadas, las vendedoras de desayuno, el pescador que manejaba canoas, el motorizado, el camionero, el muchacho del sonido; eran ellos las víctimas del dictador Maduro, por atreverse a apoyar la alternativa, el cambio, la esperanza de recuperar a sus familias.

EL DÍA DISTINTO

Chavistas y opositores, a pesar de que por años las cosas han cambiado, tenían la costumbre en estos eventos electorales de seguir ciertos esquemas repetitivos. En esta ocasión, aquellos que observaban intentaban, equivocadamente, interpretar lo que ocurría basándose en estadísticas del pasado, y estaban nerviosos. Me refiero a los analistas de sectores democráticos.

Las filas para votar comenzaron la noche anterior al 28 de julio, y no, no era precisamente para votar de primeros; sabían que si los miembros de mesa no se presentaban, los primeros en la fila asumirían esa posición y, con ello, la oportunidad de que el acto de votación tuviera más posibilidades de ser supervisado en el sitio y facilitar el conteo. El chavismo intentaba reaccionar, pero ¿cómo lo haces si no tienes gente? Por eso, desesperados, retrasaban la apertura de los centros, desconocían credenciales de testigos o, en casos más graves, activaban la violencia.

Pero Venezuela no retrocedió en ningún frente. En la escuela de policías, los estudiantes rechazaban que los obligaran a votar por Maduro y exigían respeto al secreto del voto. Los militares, en los centros designados para votar, sufragaban en proporción 3 a 1 a favor de Edmundo González. Y en general, sin importar la clase, el estado o el municipio, las encuestas a boca de urna mostraban una ventaja arrolladora de Edmundo sobre Maduro, incluso en los centros electorales que otrora fueron bastión del chavismo.

Esa ventaja en votos anuló, de facto, el ventajismo en campaña, la persecución previa, la imposibilidad de nuevos inscritos, el cambio de centros, el establecimiento de centros de una sola mesa en zonas inaccesibles; todo eso quedó pequeño ante una verdad inevitable: la mayoría exigía un cambio representado en Edmundo González y María Corina Machado.

Maduro y sus tentáculos en el poder electoral sabían lo que ocurría, confiados en que la orden de no facilitar las actas a los testigos cubriría su plan de contingencia de robarse, a las malas, la voluntad de la gente. María Corina aún no mostraba sus cartas, dejaba correr el rumor de que solo tenía acceso a un 30% de las actas para evitar una arremetida en centros electorales. Pero la realidad era que una poderosa red de testigos, e incluso la colaboración de algunos militares en los centros de votación, hacían llegar de a miles las actas que comprobaban la decisión que Venezuela, en su mayoría, tomó el 28 de julio.

EL ROBO

No es la primera vez que la dictadura se apropia de un proceso electoral, pero sin duda es la ocasión en que nada de lo que tenían preparado les servía para justificar semejante fraude. Los pocos observadores que permitieron entrar, los propios militares que estaban en los centros, la gente que acompañó los cierres de las mesas, todos conocían el resultado: Maduro fue derrotado.

Sin ninguna vergüenza, y en una acción previsible (para eso lo pusieron allí), Elvis Amoroso anunciaba unos resultados distantes, muy distantes de la realidad que se vivió ese día. Sus números son un detalle con cálculos imposibles que sumaban un 130% en total, y otorgaban la victoria a Maduro. "Mi palabra contra la de ellos", pensaba, y así Venezuela asumió y vivió un cierto duelo en la madrugada.

EL DESPERTAR

Al amanecer, las ciudades estaban sumidas en un silencio profundo, calles desiertas, ausentes de celebración; era un gesto en forma de pregunta: ¿quién te celebra, Nicolás? Ya a media mañana, las cacerolas resonaban estruendosas; mucha gente decía, "¿otra vez lo mismo?". Pero no, no se trataba de reeditar el pasado; era una reacción auténtica que esta vez nacía en la Caracas más profunda, y desde allí, donde el sonido retumbaba, corrían ríos humanos desbordando calles y veredas: en Petare, en La Vega, en El Valle, en el 23 de Enero, en Catia, los cerros bajaron. La gente humilde, los que añoran ver a sus hijos de vuelta, los que anhelan vivir en familias unidas.

Y se vino la primera orden de Maduro: reprimir. Pero los policías y militares desplegados son hijos, son hermanos, son padres, y esa gente que está allí son sus vecinos, su familia. Por lo que Maduro pasó a usar a sus grupos de esbirros con el DGCIM a la cabeza, y a proteger Miraflores con sus mercenarios que usa como escolta, plomo contra el pueblo. A bañarse de sangre inocente una vez más.

Pero en medio de la represión y la violencia desatada por Maduro, cumpliendo con su palabra de baño de sangre, María Corina se presentaba ante el país y mostraba las actas. "Tenemos los resultados, Venezuela. Ganamos".

¿QUÉ VIENE AHORA?

Maduro continúa imponiendo una agenda de terror para intentar someter, a través de la violencia, a la Venezuela que votó contra él y en favor de un cambio. La élite militar intenta hacer ver que Maduro cuenta con el apoyo suficiente para mantenerse al mando, pero esto es una maraña de mentiras. La base profunda de la sociedad ya no sostiene a Maduro y, en esa misma proporción, tampoco lo hace la base militar. Puede que generales y coroneles, usados como prostitutas armadas, pretendan imponer su agenda. Pero, ¿qué hay del capitán, del teniente, del sargento, que ve cómo torturan a su familia, cómo los separan de sus seres queridos, cómo destruyen su país?

Su estrategia se basa en intimidar y ejercer el horror para infundir miedo. ¿Pero qué pasa cuando la lucha es existencial? El dolor del sacrificio no es una razón suficiente para dejar de luchar, y eso se está viendo.

En Venezuela no es probable una guerra civil; Maduro no tiene civiles como base de apoyo. En Venezuela es posible una explosión social, y el "tun tun" con el que ellos pretenden someter se convierte desde ya en un "tic tac". Si no busca una salida negociada, cuando la olla alcance su límite de contención, explotará, y con ello quedará evaporada la posibilidad de una salida negociada, sellando su destino a la justicia popular, que cuando resuelve, no da segundas oportunidades.

¡Viva Venezuela Libre!

Julio César Rivas

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